miércoles, 25 de marzo de 2009

Cambio de título: Déjate entrar

Todo sujeto abusado guarda potencialmente un ansía de revancha, un psicópata, un deseo de abusar; un instante de poder. Todo el mundo o un 99,9999% ha sido abusado alguna vez, mamándose las ganas de chistar, aguantando el vómito de la ira: ¡chuuuuuuun, pah entro! Si buscáramos un rango, una característica; esencial, intrínseca, básica, del siglo XX y comienzos del siglo que transcurre, sería sin lugar a dudas: la violencia. Somos sujetos dilacerados material y psicológicamente y ya, hasta este punto, donde no sabemos qué diablos hacer, sólo nos queda esperar: esperar a que entre en nosotros además de golpes sin sentido (sustentados en la lógica), la brutalidad reveladora del amor. Ese amor que pide permiso para entrar, sabiendo que nunca será bien recibido del todo, porque el amor nunca es únicamente felicidad y dulzura, sino también violencia, desgarro y, por sobretodo, conciencia de muerte.
Con la aparición de Twilight, una novelita de la escritora Sthepenie Meyer, y su adaptación al cine dirigida por Catherine Hardwicke, la figura del vampiro vuelve a estar más patente y desconfigurada que nunca. En ambas obras se nos representan vampiros mamones, que no son capaces de tocar a una mujer (u hombre) por miedo a morderla, que tienen una familia modelo (padre, madre, hermanos, todos felices), ABC1, que se enamoran y desean casarse (hasta este punto ya estoy vomitando), que sólo comen animales producto de sus conflictos morales con lo que es su naturaleza y un tremendo etcétera de conservadurismo e idealismo. Está estética apolínea de la figura del vampiro, cegada en la belleza superficial de éste, no repara en que la perfección del vampiro radica en que en éste confluyen la vida y la muerte: para que viva es necesario que mate, para que ame es necesario que el ser amado también mate. Pero hay una obra que sí configura todo esto, mejor dicho, dos obras: la novela Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist y, su adaptación a la pantalla grande, dirigida por Tomas Alfredson. En este caso me haré cargo de la cinta de Tomas Alfredson, que contó con el trabajo de John Ajvide Lindqvist como guionista.
Déjame entrar o Låt den rätte komma in narra la relación personal, íntima, de Oskar (Kare Hedebrant), tanto con su interior como con el medio en que le tocó vivir. Narración enmarcada en la nieve, en un pequeño pueblo sueco donde el frío, la oscuridad y la soledad dominan, características que se mimetizan con los pequeños protagonistas. Abusado por sus pares, no escuchado por los adultos (padre, profesores), Oskar se dedica a leer y coleccionar cualquier texto relacionado con crímenes, jugando, de vez en cuando, a imaginar que mata a alguien sin piedad, abusivo, agresivo, enfermizo, “¡Grita, grita como un cerdo!” Pide a sus víctimas imaginarías. Hasta ese momento de su vida (doce años, no estoy seguro) Oskar es un niño reprimido, neurótico: soñando con manejar, prodigar, poder y violencia, pero recibiendo sólo golpes de éstas. Hasta ese momento, en que conoce en el patio de su departamento, mientras apuñala a un sujeto imaginado en un árbol, a Eli (Lina Leandersson), la nueva vecina que acaba de llegar con quien, aparentemente, podría ser su padre. De inmediato se entabla una (ilusoria, tal vez) relación de amistad entre los dos pequeños, amistad que nace con la advertencia de la imposibilidad de ésta: “No puedo ser tu amiga”, le dice Eli a Oskar en su primer encuentro. A partir de ahí, con un ritmo poético, se nos narra la relación de los pequeños: sus acercamientos, sus contactos, sus distancias, sus violencias, sus dulzuras, sus pasiones, sus erotismos, sus sangres, sus inocencias, sus iras, sus fantasías, sus soledades. Para algunos, puede que la película sea considerada como lenta, pero sería no comprender la composición de la película; muy bien visualizada por Alfredson, que sabe que narra una poesía muy atenta a cada detalle: lo estático tiene movimiento, el abrazo tiene distancia, la vida tiene muerte.
Dos aspectos fundamentales del amor en la película: 1) La soledad de Oskar es el fundamento del enamoramiento de éste por Eli. Podemos afirmar que, la película, plantea como fundamento del amor a la soledad; sólo en la soledad el cubo Rubik tiene sentido de ordenamiento. 2) La distancia siempre es una constante en la película, hija de la soledad y, sentido contradictorio del amor, a cada momento, se nos está presentando la distancia en la película, de allí que, la ventana y más específicamente, el vidrio, está presente en constantes escenas. Estos son los elementos que están siempre en movimiento en la película y que, en alguna medida, configuran ésta. De allí también que Eli, como sabremos a los pocos minutos, deba ser un vampiro. El vampiro siempre ha mantenido un carácter de engaño, una contradicción: es bello, es perfecto, un seductor irresistible, fino, leve, pero debajo de aquella superficialidad está la ira, la violencia, el deseo por la sangre y la muerte del otro, deseo prístino, vital, que clama la vida del otro para vivir. El primitismo del vampiro, en este caso de Eli, viene como una fuerza igualitaria y opuesta; una llave, dispuesta a abrir y liberar a Oskar de su neurosis: “puedes golpear para defenderte, puedes matar, puedes violentar”. Eli: la llave del amor, pide permiso para entrar en Oskar, porque al entrar en él despertará los dolores, los desgarros, las alegrías y dulzuras del amor, también porque lo necesita y lo reconoce como un igual. Contradicción: santa y para nada contradictoria. El vampiro es como el humano y el humano como el vampiro, ambos pueden ser dulces y brutales, como Oskar y Eli, que al final, juntos, se defienden en el amor, matando a sujetos agresivos, que los violentan, aceptando a la vez un futuro donde lo único seguro es la muerte. Final feliz o trágico, el director piensa que es feliz, yo también apuesto por lo mismo, aunque no deja de parecerme atractiva una lectura de la película donde Eli sea una puta cabrona que maneja todos lo hilos del relato, abusando y determinando al pobre Oskar, allí, sin duda, sería un final menos feliz.






¡Altamente recomendada!

3 comentarios:

Mis_polainas dijo...

Muchas cosas me quedaron por ordenar, muchas cosas en el tintero, la musicalización es excelente. Pero bue......... la calidad de la película me sobrepasa.

Catalina García dijo...

Loco..eri seco !!
yo aun tengo que ver "dejenlos entrar" o como se escriba... pero creo que es muy acertada tu critica. En verdad, Crepusculo no tiene nada de esa "sangre" que uno espera ver, pero hay que entender tambien que es una historia mucho mas gringa, mucho mas mamona, mucho mas centrada en en amor adolescente tipico... y esa wea vende.
En fin. tengo que ir a leer. jajaja
cuidate un beso y sigue escribiendoooo



Kt

Anónimo dijo...

Peliculon..haber si alguien lleva el erotismo de dos niños (tienen doce años, en apariencia) a tal punto. Lina Leandersson que interpreta a Eli si existe la justicia, se merece un millón de premios: su rostro congelado en doce años expresa cuatrocientos, ella lo ha visto y vivido todo, sin embargo acepta la pureza de Oskar (que después ya no es pureza), la escena del baño hacía el final es trascendental para entender que Oskar cruza la línea.
Otra cosa que es imposible dejar pasar: cuando supe de esta peli se me vino inmediatamente a la mente un film del gran George A. Romero, sobre un niño que aparentemente es un vampiro, la gracia de la pelicula es que durante todo el metraje Romero juega con la ambiguedad de ello. Hacía el final de la película, Oskar es llamado por un compañero llamado Martin; y precisamente MARTIN es el nombre de la pelicula de Romero, no podía faltar el homenaje al maestro.
Saludos y muy buen post.