martes, 24 de agosto de 2010

La cinta blanca


Haneke ha experimentado un proceso muy parecido al de David Cronenberg, si bien el primero tiene menos filmes en el cuerpo, ambos nacierón con sólo un año de diferencia. Y ambos han filmado obras rotundas que han dejado a muchos espectadores como si hubiesen visionado la Snuff movie de Videodromo. Creo que ambos, con un estilo particular cada uno, han explorado temas como las contradicciones y la violencia que hay agazapada en la vida moderna, los dos han explorado cierto tipo de monstruosidad que, o esta escondida por ser rotunda; en el caso Cronenberg, o bien porque esta disfrazada con un traje elegante; en el caso de Haneke. Y en sus últimas obras ambos han alcanzado tal dominio de lo cinematografico que son capaces de insertar en cada escena un hálito o magnetismo retorcido, como si sólo con ver la punta dBerriosel iceberg, pudieras intuir que en el fondo yace una masa viscosa de horrores y cadáveres.

Esta vez Haneke no tan sólo hace gala de esa habilidad sino que además se da el lujo de filmar una obra compleja, coral, con ciertos tintes alegóricos, que no recurre a ningún tipo de maroma o encriptación, y juega siempre con las cartas sobre la mesa, dándose el lujo de coquetear con cierto tipo de thriller protagonizado por niños, que muy pocas veces nos ha dejado buen sabor de boca al salir del cine. La cinta transcurre en un pequeño pueblo protestante al norte de Alemania donde comienzan a ocurrir una serie de crímenes, que en un principio no parecen tener conexión, pero después empiezan a delinear una serie de relaciones oscuras, además de estar relacionadas con secretos de ciertos personajes del pueblo, como el Baron y el Doctor; niños torturados, granjeros suicidas, incendios premeditados son parte de la gama de atrocidades que ocurren.

Haneke esta vez no detiene en detallar lo caprichosa y banal que puede ser la crueldad, sino que se esfuerza en componer un cuadro detallado y complejo de una comunidad, donde todos son afectados de alguna forma con cada crimen, poniendo al espectador en el lugar de un joven profesor de otra localidad, que comienza a atar cabos y tiene cierto interés en descubrir la verdad. Filamada en colores pero proyectada en blanco y negro, Haneke decide usar ese recurso para escenificar el esfuerzo de un grupo humano, que cree ciegamente en la posibilidad de llevar una vida basada en una moral maniquea y sin tonos medios, el título del film se debe a que se acostumbra poner una cinta blanca en los niños, para dar cuenta de su total pureza e inocencia. Haneke consigue desarrollar a cada personaje de manera génerica como si este fuera uno de muchos ejemplos, uno de mil relatos que se repitieron en los albores de la primera guerra mundial.

Y es que el objetivo de la obra no es filmar un thriller al uso, sino que dar cuenta de un relato que es capaz de explicar como la creencia de una fe total, en una forma de entender el mundo, es capaz de engendrar un tipo de monstruosidad absoluta y perfectamente irracional, a la manera de Hanna Arendt o Marc Broch, Haneke filma una obra donde da cuenta del surgimiento de los totalitarismos, y es que en los libros de historia siempre se nombra a Hitler y al nazismo pero rara vez se responde como un país, o una comunidad completa fuerón capaces de avalar el horror, cuya pureza o ideal, nunca estuvo disfraza. Sin embargo el mayor acierto de la cinta es su claridad, su capacidad para exponer lo sustancial, la herida abierta de una serie de impulsos reprimidos que terminan deformando a quienes los experimentan.


miércoles, 4 de agosto de 2010

El hiperrealismo de Takehiko Inoue


Corria el siglo XII y María de Champagne le encarga a un clérigo y poeta llamado Chrétien de Troyes la composición de una serie de romances, donde se cuentan las aventuras de los caballeros que son parte del Ciclo Artúrico (Perceval, Lancelot, etc.). El objetivo de tales obras era moderar la conducta de la gente de la corte, que gustaba más de las fiestas orgiásticas y de retozar a campo abierto. A partir de las aventuras y el aprendizaje de los caballeros, la gente aprendía modelos sobre moral y ética, tanto como las formas correctas de controlar sus pulsiones libidinales, porque los caballeros debían aprender no tan solo el arte de la guerra, sino que también el arte del amor. El ejemplo es antiguo, pero en él encontramos los rasgos esenciales de cualquier relato heroico; una estructura que condensa las ideas de una determinada clase dominante, que a partir de ciertos relatos transmite no tanto lo que es correcto e incorrecto, sino lo que podemos entender por héroe, cuando hablamos de alguien con capacidades extraordinarias, que realiza acciones más allá de los límites de la gente común.

En este sentido los héroes de los relatos tienen dos objetivos que a veces corren juntos o separados: el primero es probar, a partir de sus acciones, ser parte de una casta de seres superiores, mientras que el segundo consiste en establecer o devolverle el orden a una comunidad. Un ejemplo clásico del primer motivo es Hércules que realiza los doce trabajos para poder acceder al Olimpo y ser reconocido como parte del panteón. Mientras que en el segundo tenemos a Jesucristo que se sacrifica para purificar y volver consciente de sus pecados a la humanidad, al mismo tiempo que prueba su origen divino. Esto puede retorcerse y presentarse de diversas formas, la complejidad y riqueza de un personaje depende de cómo se utilicen estas ideas. Por ejemplo, y saltando ya al terreno de las viñetas, el Batman de la película Dark Knight acepta cargar con el peso de los crímenes de Harvey Dent para mantener la imagen de éste y no quebrar la única posibilidad de orden. Se vuelve un antiheroe solo en apariencia, porque lo principal es el sacrificio en post de la comunidad al igual que Jesús. Por otra parte Superman puede ser un personaje interesante porque es parte de una civilización superior que se ha extinguido, quedando solo él, por lo que ese desarraigo hace que su relación con la comunidad de seres humanos pueda ser tremendamente problemática.

Lo que dije antes me sirve de argumento para intentar dar cuenta del tremendo placer que experimento al leer los mangas de Takehiko Inoue. Más de alguno lo reconocerá si advierto que es el creador de la popular Slam Dunk, más de alguno también pensara que no es más que una suerte de Jim Lee asiatico que gusta de una estética realista. El asunto es que los personajes de Inoue son bastante atípicos y se mueven en una condición existencial marginal. Inoue adora a los tipos peleadores que no saben hacer otra cosa en la vida que jugar con un balón –no digo patear porque este autor adora el basquetball, en fin–, sujetos pasionales y pulsionales que no se adaptan a las reglas del sistema pero que canalizan sus energías y emociones vitales a partir de una actividad física. En Slam Dunk Inoue trata el tema de la adolescencia, su condición problemática y cómo se adaptaba Hanamichi Sakuragi y compañía a partir del básquetbol, logrando cierta experiencia épica de la vida, claro sin dejar de lado cierto condición trágica porque solo pueden practicarlo mientras están en la secundaria.


Inoue continuará lo trazado en Slam Dunk en dos obras ya de madurez, donde prácticamente toma a sus antiguos personajes donde los dejo; eso sí, a partir de otras historias. La primera es Vagabond, un manga de samuráis donde Inoue cuenta (su modelo es una novela de Eiji Yoshikawa) la vida de Miyamoto Musashi, el samurái japonés más famoso, que practicó el bushido (camino de la espada) hasta sus últimas consecuencias, pero siempre desde la precariedad y la pobreza, negando todo rasgo noble, vanidoso y autoritario propio de los samuráis del siglo XVI donde existía una rígida estratificación social, en la que los guerreros estaban en la cima. Musashi se convierte en el más fuerte y célebre hombre de su tiempo viviendo como un indigente. Inoue nos cuenta esa historia desde que Musashi tiene 17 años, y no es más que un joven que está saliendo de una niñez tormentosa y violenta, convertido en una bestia con sed de sangre a tal punto que mató a un hombre por primera vez a los 13 años.

Vagabond va por el tomo 33 y aún falta camino, por lo que absorbe todo el tiempo de Inoue. A pesar de ello éste vuelve a su pasión, el básquetbol, con una serie que realizará en sus descansos: Real. Es una obra que comienza donde termina Slam Dunk. Nomiya, uno de sus protagonistas, es expulsado del colegio por haber sido responsable de un accidente donde una joven queda parapléjica, por ende carga con una culpa inmensa, a demás de ser privado de la posibilidad de jugar básquetbol. El segundo protagonista es Togawa Kiyoharu, un joven de 20 años sin una pierna que práctica el básquetbol en silla de ruedas. Habrá un tercer protagonista que triangulará la relación de los personajes. La obra tiene como centro el básquetbol en silla de ruedas., pero es solo la excusa para hablar de la relación problemática de las personas con su cuerpo cuando están mutilados, hablara de la culpa y el desconcierto, cuando no se puede desarrollar aquello que da sentido a la vida. Y ese es el problema principal, los personajes de Inoue están imposibilitados de llevar sus vidas a partir de un relato establecido que los integre a una idea de sociedad, Miyamoto Musashi es considerado un criminal por lo que debe cambiar de identidad, mientras que Nomiya es el clásico hombre gorila que en apariencia es puro músculo pero interiormente sufre por no poder conectarse con la gente.

Inoue desarrolla un estilo hiperrealista basado en la presencia de infinidad de elementos presentados de manera clara y precisa dentro de la página, es cosa de ver alguna viñeta de Vagabond a campo abierto, o los paisajes urbanos de Real, donde la realidad en la que orbitan los personajes está presentada de manera tan clara, rotunda y concreta que la estética sirve de base para afirmar esta incapacidad de los personajes de asimilar un relato vital, porque están aplastados por la sociedad y el lugar que les asigna. Por ende, el centro de las obras de Inoue es la búsqueda de sentido para la existencia, nada de jerarquías y castas, ni órdenes perdidos, simplemente el goce y la consciencia de algo llamado vida, manifestado en la perfección de un tiro de tres puntos o el silencio filoso de una katana que sigue la trayectoria de un golpe mortal.

TEXTO APARECIDO EN INDIE.CL

lunes, 2 de agosto de 2010

Pateando Culos


No son pocos lo que le enrostran a Mark Millar ser el blockbuster del cómic; un tipo que escribe guiones para obras espectaculares, con un ojo puesto en la posible adaptación cinematografica. También se le acusa de mezclar personajes de manera impune como ocurre con Némesis que se presento con la premisa; "¿si el Joker fuera Batman?". La verdad es que si trabajas para la industria es mejor ser astuto y tomar las riendas de tus creaciones, porque en estos tiempos donde hasta a Rob Liefield le han ofrecido adaptar sus ilustres viñetas a la pantalla, es mejor tener cuidado con lo hacen con tu obra, no te vaya a pasar lo que a Morrison a quien le plagiaron Los Invisibles de manera flaite e impune. La verdad es que no hay pecado en quere asegurarle el futuro a tus hijos, parece que al mundo le desagrada que Millar sea tan directo, la verdad es que prefiero eso al lameculismo de Stan Lee y su pinta de abuelo bailarin.


Con respecto a lo segundo, Millar le ha dado dinamismo a una industria chata e inmóvil hasta la oscificación, dando rienda suelta a un finisimo sentido de la parodia. Kick Ass es una obra que actualiza el espirítu del Spider-Man de Steve Ditko de manera hilarante y corre una cantidad de riesgos demenciales para un comic book, no tengo idea hasta que punto Millar mete las manos en la producción y el guión de la adaptación pero como ocurrió con Wanted, la adaptación es otra obra, que no le hace ni cosquillas al original. La película de Vaughn es otra cosa, una versión softcore, que no tolera en algunos puntos la ausencia de ficción del cómic de Millar - Romita. Mención aparte para Hitgirl, porque la verdad es que Millar y Romita se sacaron del sombrero un segundo Wolverine.