martes, 2 de marzo de 2010

TERREMOTO

La playa en Pelluhue después del terremoto

El viernes pasado volvi de mis vacaciones del sur, con las pilas cargadas al máximo, con los conflictos y problemas personales en vías de ser totalmente resueltos. Santiago se me presentaba como la tierra de las posibilidades a la que me enfrentaria de nuevo con toda mi fuerza y astucia; una ciudad que amo y odio, que me seduce y a veces me hace temer y odiar. Esa noche me quede dormido muy profundamente, como hace siglos que no lo hacía, sin saber que tres horas y media después de cerrar los ojos, un terremoto me botaria de la cama.

Desde mi más tierna niñez recuerdo que siempre me hablaban del famoso terremoto del 85 (naci el 86). La gente lo evocaba con cierto orgullo, como si en su cabeza experimentaran reminiscencias del momento. Lo sé por en sus rostros siempre se dibujaba una placida calma, la calma de alguien que esta satisfecho, de alguien que guiado por el recuerdo volvia a sentirse orgullosos de no haber sentido miedo. Y es que esa era la impresión que dejaban en mí, que nadie tuvo miedo. Pero habia una segunda impresión subyacente; evocaban el suceso como si este nunca fuera a repetirse de nuevo. Por más que todos se preguntarán tras la evocación: "¿cuando será el próximo?" todos lo hacían con la misma tranquilidad de un cientifico que anuncia cuando se extinguira el sol; sabe que será en tres mil años, que no estara vivo y esa sensación de saber que no estaras en el último tren se nota en su tono de voz.

El viernes pasado experimente "mi primer terremoto", asi de tierno y es que si vives en Chile te tocara sentir la tierra moverse con furia unas dos o tres veces en la vida, a menos que los caminos de aquello que algunos llaman destino te tengan en Madrid, o por lo menos en el extremo de Chile donde se supone no esta temblando. El asunto es que la experiencia duro casi tres minutos y bueno, no sentí miedo. Mi casa es bastante sólida y vivir a mas de cien kilometros de la costa, hace que ni por un segundo pienses en una ola maciza, de diez metros que entrara por tu puerta y se lo llevara todo, tus espacio, tu oxigeno, tus movimientos. Sin duda alguna ambos factores son claves para darle a alguien la autoridad de decir "no tuve miedo". ¿Y entonces que mierda se siente? se preguntara más de alguno. Y para ser justos he de decir que las emociones que se apoderan del cuerpo impotente, del cuerpo sacudido por la tierra, a tal punto que no puedes ni caminar, como si la venganza comenzará con devolverte a un estado antediluviano, son emociones que están un poco más allá del miedo. Por poco más de dos minutos sientes que todo se acabo, que el libro que es cada vida se salto trescientas páginas para llegar a las del final, no al último capítulo, sino a las que están en blanco, las que ya no son parte de la novela sino que están ahí, blancamente impolutas por lo azares de la edición. Por poco más de dos minutos sientes que absolutamente todo se vendrá abajo y la oscuridad se convierte en tu cabeza en una blancura que todo lo devora. Afortunadamente si vives en Chile sabes que la tierra no temblará eternamente, muy por el contrario, sabes que solo le bastan dos minutos para ponerlo todo por el suelo. Solo nos queda resignarnos y asumir la inmovilidad absoluta y aguantar la respiración para sobrevivir al minuto eterno.

El terremoto ocurrió el viernes 26 de enero, el lunes 1 de marzo todo el mundo vuelve a la máquina, a la capital, Santiago, locus grisaceo donde habita casi la mitad de Chile. Mucha gente pudo haber retornado ese viernes fatal, con la ilusión de no tener que invertir tres o cuatro horas de vida haciendo la fila de una plaza de peaje, un sábado o un domingo, de dicho fin de semana, en el que el grueso de la población retornaria, a sus hogares, trabajos, colegios, etc. Es en lo que piensas una vez que tras el terremoto vez la tele y/o escuchas la radio y te enteras que localidades y ciudades completas han desapa
recido, lugares con playas y costas llenos de gente por estos tiempos, comienzas a desear que ojalá muchos hayan decidido volver aquel viernes. Hasta que te ocurre lo que a muchos les debio pasar: observas atónito por la pantalla como el aquella playa donde estuviste pasandola tan bien hace unas pocas horas se convirtio en una espesa maza donde pululan trozos de casas, autos, barcos y cadáveres. El sentimiento es intraducible, en lo personal, hace exactamente una semana, siete días antes del terremoto estuve en una playa del sur donde experimente variadas formas de felicidad y plenitud que trate comprimir en imagenes capturadas por una cámara digital. Como dijo el ciego más sabio: "A la realidad le gustan las simetrias y los leves anacronismos".



1 comentario:

Catalina García dijo...

Pucha Pablete, todo muy cierto. Es extraño ver ese antes y después de aquellos lugares que se han recorrido. Muy bueno tu texto.
te dejo un abrazo!



Kt