
Julio, el mes por antonomasia de lluvias y diluvios ha sido, este año, uno de los más secos que recuerde. Algo que no tan sólo es aplicable a la meteorología, sino que además a lo que estrenos se refiere, si bien del año pasado solo recuerdo, por estas fechas, a
Wall - E y el
Batman de
Nolan ambos filmes son de un nivel que dejaba a cualquier cinefilo duermiendo tranquilo cada fría noche de julio, e incluso podía pasar agosto de lo más bien. En fin tuvimos que esperar el mes del cachondeo gatuno para que la nueva película de
Michael Mann aterrizara en las salas locales, y vienera a llenar ese vacío en nuestros corazones hechos de celuloide, que ya estaban con problemas de taquicardia por no tener un estreno del calibre del
Dark Knight de
Nolan, para que acompañe a la siempre fiel Pixar (que se hizo presente este año con la maravillosa
Up) en las carteleras locales. Sin embargo hasta los más fieles al culto Manniano (entre quienes me cuento, en su rama menos ortodoxa) tenian sus dudas tras la frustación producida por el visionado de
Miami Vice, película tecnicamente impoluta e irreprochable, dónde hasta el brillo de las carrocerías, el rugido de motores, los lentes de
Jamie Foxx y los gestos de la musa de
Zhang Yimou,
Gong Li estaban friamente calculados. Sin embargo la exquisita estetización hacía la que se inclino Mann no fue suficiente y
Miami Vice termino siendo una película carente de ritmo, pero por sobretodo de ambición, una bellisimo chasis frío como el acero. Y ahí fue cuando los miles (no digo millones, porque si fuerán millones el mundo sería un lugar mejor) de Mannianos temierón por la salud artística del maestro. Afortunadamente el maestro esta de regreso, como una chispa de luz, como un aliento salido de un cadaver, que no hay otra imagen posible para el mainstream hollywoodense. Así es
lady´s and gentleman Michael Mann nos regala, sin duda alguna un filme robusto y lleno de riesgo, tanto en sus planteamientos de fondo, como en su puesta en escena, una película politicamente incorrecta protagonizada, por si fuera poco, por un soberbio Johnny Depp, que demuestra que no sólo con maquillaje la cosa anda bien.

Basada en el libro "Public Enemies" de
Brian Burrough, el nuevo film de
Mann narra el último año de vida de
John Dillinger (
Johnny Depp), atracador de bancos tan famoso como
Al Capone en la época de la depresión. El
Dillinger que nos presenta
Mann es un tipo apasionado por la vida, que saca partido a cada segundo y se niega a la posibilidad de asociar su identidad con un rol preestablecido, bandido con tintes románticos que es capaz de comandar habilidosas fugas de la cárcel para rescatar a sus amigos, que sólo roba el dinero a los bancos, y hasta en los momentos más complejos le saca a vuelta al asesinato a sangre fría. El punto de inflexión esta dado por su archienemigo el agente
Purvis encarnado por
Christiane Bale, al que se le encarga dar caza a
Dillinger como sea. La frialdad y nivel técnico de los métodos de
Purvis encarnan un cambio de paradigma en la administración de la fuerza policial, de la rocambolesca relación entre policias y ladrones, donde las chapas de buenos y malos son bastante difusas observamos como el uso de tecnologías, el uso de los medios de comunicación masivos, sumado a metodos bastante sucios ponen las cosas en su lugar, poniendole punto final a las peripecias romanticas de
Dillinger. Es la época de la depresión, el sistema se hace pedazos y las fuerzas de la ley y el orden necesitan un enemigo público número uno, una amenaza absoluta, un chivo expiatorio. En este sentido la película no tan sólo es la
pasión de un gangster, sino que además, con un intachable rigor historico podemos presenciar como el
búreau de Chicago se convierte en lo que conocemos actualmente como el FBI de la mano de
Edgar J. Hoover. Claramente a
Mann no le incomoda que ese cambio paradigmatico lo identifiquemos con la politica exterior norteamericana pre-Obama (hasta ahora podemos decir eso) que caracterizo a los gobernantes de las tierras del tío sam por más de medio siglo. Esta intención de
Mann de hacer un film de época basado en hechos reales, de nuevo no tiene nada, y más aún cuando se alterna la historia con un personaje icónico, este recurso también lo usan los
biopics (una cruzada personal se vuelve colectiva, o proyecta desde su singularidad un cmbio histórico). Sin embargo es innegable observar como el cine norteamericano esta pasando por una época refundacional, tras el periodo de Bush una camada de directores pertenecientes a diversos circuitos y generaciones se han metido con la historia para analizar en que momento se jodio todo, y no tan sólo eso, sino que además para buscar nuevos referentes contradiscursivos. De esta forma
Enemigos Públicos se relaciona perfectamente con
El Intercambio (
The Changeling) de
Clint Eastwood, mientras que por otra parte estan directores como
Gus Van Sant y
Steven Sodebergh, el primero con
Milk y el segundo con su genial díptico sobre el
Che (
El argentino y
Guerrilla). El valor y el vigor del último film de
Mann reside precisamente en sintetizar estas perspectivas, porque no tan sólo es capaz de delinear una figura romántica de tintes fundacionales (como representate de una época perdida), que producto de su época se convierte en un vagabundo existencial, en
Paul Belmondo en las películas de
Godard, sino que además entra en la discusión historica que viene desarrollando
Eastwood en varias de sus peliculas.

A más de alguno le sono a locura la asociación hecha con
Gus Van Sant y
Steven Sodebergh, sin embargo la cuestión es más profunda de lo que parece, sobretodo si se observa con detención el apartado técnico de
Enemigos Públicos. En la excelente
Camino a la Perdición,
Sam Mendez lleva al paroxismo la estética clásica del género dotando de un aire mitico impagable a la que hasta ahora es sin duda su mejor obra. Tras
Camino a la Perdición, ya no se pueden hacer películas de gansters a la vieja usanza, y es que
Mendez nos enseño cuan arraigada estaba la estetica sobre la mafia en nuestro inconsciente, estética que no es otra cosa que un constructo, una ilusión cinematografica bordada a través de decenios (y que también ha influenciado el comportamiento de mafiosos verdaderos, sino preguntenle a
Roberto Saviano).
Mann entiende a la perfección el mensaje, y filma su película casi exclusivamente en digital, a más de alguno le habrá chocado las escenas de acción filmadas camará al hombro, escenas confusas, calculadas, pero no estetizadas, escenas secas que parecen carentes de un proceso de posproducción; casi podemos oler la polvora de las metralletas.
Mann, el maestro estilista se reinventa absolutamente y borda una película llena de angulos y planos incomodos, algunos que parecen imposibles, como en la huida de la cárcel, al principio. Al igual que los otros directores nombrados,
Mann elige la fragmentación, elige narrar desde dentro entendiendo así que la historia es un producto fragmentado cuyo valor cambia dependiendo de donde obturemos, desde que punto miremos esta piedra multiforme, a riesgo de parecer poroso y deshilachado. Lo importante es que
Michael Mann esta de vuelta, más arriesgado que nunca, nadie se lo puede perder, por mi parte recomiendo su visionado más de una vez.